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Por: Jose Ismael Alva Ch.
Arqueólogo Residente del Complejo Arqueológico El Brujo
La invasión española provocó profundos cambios en la organización social y territorial del mundo andino. Tras el establecimiento de gobierno virreinal, se instauró el sistema de encomiendas, mediante el cual los colonos eran beneficiados con la entrega de mano de obra indígena, y se dispuso la reubicación de las poblaciones nativas en las llamadas “reducciones” con el objetivo de facilitar la recaudación de tributo y la organización del trabajo.
Los testimonios de los líderes étnicos, o curacas, del valle de Chicama, registrados en documentos elaborados por la administración virreinal, son una fuente importante de información pues dan cuenta de múltiples aspectos sobre el orden social nativo y sus cambios en tiempos de la colonia temprana. Presentamos a continuación algunos alcances de los estudios realizados al respecto en las últimas décadas.
Localizado en la actual costa norte del Perú, el valle de Chicama fue reconocido por el soldado español Pedro de Cieza de León y por el religioso Antonio Vazquez de Espinoza como una de las campiñas más grandes y fértiles de la región recientemente conquistada (Cieza de León, 1984, p. 207; Vazquez de Espinoza, 1948, p. 365). Estas condiciones fueron generadas por el esfuerzo humano invertido varios siglos antes en la construcción de canales de irrigación que posibilitaron la ampliación del área agrícola.
Según relatos nativos del valle, hasta principios de la colonia existía el Señorío de Chicama bajo el gobierno de Chayguaca, su último Señor. Este gran curacazgo integraba tres unidades políticas, todas con sus propios curacas principales (Hart, 1983, p. 289; Netherly, 1977, p. 135):
Si bien estas unidades políticas estaban articuladas por las alianzas matrimoniales de sus élites, existía también un orden jerárquico de autoridades. Así pues, los curacas de Malabrigo rendían servicio a los curacas de Licapa, y estos últimos estaban al servicio de la nobleza de Chicama (Hart, 1983, p. 290; Ramírez, 1995, p. 252).
Figura 1. Mapa con la distribución de unidades políticas prehispánicas del valle de Chicama a inicios del siglo XVI.
Una serie de cambios se suscitaron en el mundo andino tras el quiebre del orden social del Tahuantinsuyu, la mortandad generada por las enfermedades traídas por los europeos y la imposición de instituciones españolas. En el valle de Chicama, estas alteraciones se remarcaron en la década de 1560 con el establecimiento de las encomiendas de Licapa y Chicama, así como la fundación de varias reducciones de indios en lugares donde probablemente ya existían pueblos nativos y canales de irrigación asociados.
Los estudios etnohistóricos indican que la encomienda de Licapa, entregada al español Francisco de Fuentes Guzmán, tuvo como curaca principal a Don Francisco Nuxa y el pueblo de Paiján fue su hogar y la reducción más notable a mediados del siglo XVI (Hart, 1983, p. 305; Ramírez, 1995, p. 254; Zevallos Quiñones, 1996, p. 308). Por otro lado, la encomienda de Chicama, entregada a Diego de Mora Pizarro, contó con al menos cuatro reducciones: Chocope, [Magdalena de] Cao, Santiago [de Cao] y Chiquitoy (Hart, 1983, p. 299; Netherly, 1977, p. 137; Ramírez, 1995, p. 260).
En ese tiempo, el poder político indígena al interior de la encomienda de Chicama se reorganizó teniendo como referencia los principios de la dualidad andina; teniendo al río como la división geográfica entre ambas parcialidades mayores (norte y sur). De esta manera, en 1568 existían cuatro curacas principales instituidos en posiciones de complementariedad y jerarquía entre sí (Hart, 1983, p. 295). Don Juan de Mora, quien por bautismo tomó el apellido del español beneficiario de la encomienda, fue el curaca principal del Chicama con residencia en el pueblo de Chocope.
Don Alonso Chuchinamo era otro curaca principal del repartimiento y habitaba en el pueblo de Cao (o Caux), conocido posteriormente como Magdalena de Cao. Al sur del río Chicama, Don Pedro Mache era el curaca principal más destacado de la encomienda luego de Don Juan de Mora, teniendo por lugar de residencia el pueblo de Santiago de Cao, conocido tempranamente como Santiago Quechecpa. Finalmente, se hallaba el curaca Don Gonzalo Sulpinamu, de quien no se conoce el pueblo que habitó (Castañeda Murga & Gálvez Mora, 2002, pp. 63-64; Hart, 1983, p. 299; Netherly, 1977, p. 137; Zevallos Quiñones, 1992).
Figura 2. Mapa del valle de Chicama donde se muestran las encomiendas de Licapa (al norte) y Chicama (al sur), así como las principales reducciones o pueblos de indios.
A lo largo del siglo XVI, la comunidad indígena de Malabrigo continuó realizando sus actividades económicas tradicionales como la pesca, la explotación de sal, el salado de pescado y el intercambio de este recurso marino por productos agrícolas, dado que no poseían tierras que cultivar.
Al sur, las reducciones de Cao y Santiago estaban habitadas por familias de campesinos y presumiblemente también de pescadores que aprovechaban el amplio litoral. Por otro lado, los pueblos de tierra adentro como Chocope era el lugar de vivienda de los agricultores, quienes progresivamente incorporaron el cultivo masivo de plantas foráneas como el trigo y, por supuesto, la caña de azúcar.
La caza de venados, ampliamente representada en la cerámica mochica, fue realizada con perros de caza traídos por los europeos. De este modo, el curaca Martin Socnamo testificó en 1566 que poseía cuatro perros para la caza de los venados que entraban a los campos de cultivo. La carne de estos animales era parte del sustento de las familias del valle (Hart, 1983, p. 308; Netherly, 1977, p. 79).
La información escrita sobre actividad artesanal es esquiva; sin embargo, las excavaciones arqueológicas ejecutadas en las ruinas del pueblo de Magdalena de Cao en el Complejo Arqueológico El Brujo permitieron registrar las evidencias de una producción nativa de textiles, vasijas de cerámica, cuentas de spondylus y madreperla, y de artefactos de metal, en su mayoría procurando guardar los patrones culturales propios (Quilter, 2020).
Pesca indígena realizada con balsillas de madera y redes durante el siglo XVIII. Dibujo publicado por el obispo Martínez Compañon (Martínez Compañón, 1985, f. 126).
Tejido nativo en telar de cintura del siglo XVIII. Dibujo publicado por el obispo Martínez Compañon (Martínez Compañón, 1985, f. 100).
Los registros escritos y materiales de la colonia temprana contienen basta información sobre la transición de los modos de vida originarios de los pueblos de los Andes hacia la adopción progresiva de modelos europeos. En el caso del Chicama, la dominación española dejó una huella imborrable en la configuración política del valle.
Con el pasar de los siglos, varias de las reducciones coloniales se convirtieron en las capitales de los modernos distritos de la provincia de Ascope, donde su gente es heredera de aquel intrincado proceso histórico de la región y del Perú.
Castañeda Murga, J., & Gálvez Mora, C. A. (2002). Santiago de Cao. Indagaciones sobre su historia. Municipalidad Distrital de Santiago de Cao.
Cieza de León, P. de. (1984). Crónica del Perú. Primera parte. Pontificia Universidad Católica del Perú.
Hart, E. A. (1983). Prehispanic Political Organization of the Peruvian North Coast [Doctor of Philosophy (Anthropology)]. University of Michigan.
Martínez Compañón, B. J. (1985). Trujillo del Perú: Vol. II (Agencia Española de Cooperación Internacional).
Netherly, P. (1977). Local Level Lords on the North Coast of Peru [Doctor of Philosophy (Anthropology)]. Cornell University.
Quilter, J. (Ed.). (2020). Magdalena de Cao. An Early Colonial Town on the North Coast of Peru (Vol. 87). Peabody Museum Press.
Ramírez, S. E. (1995). De pescadores y agricultores: Una historia local de la gente del valle de Chicama antes de 1565. Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 24(2), 245-279.
Vazquez de Espinoza, A. (1948). Compendio y Descripción de las Indias Occidentales (C. Upson Clark, Trad.). Smithsonian Institution.
Zevallos Quiñones, J. (1992). Los Cacicazgos de Trujillo.
Zevallos Quiñones, J. (1996). Liquidación anual de las encomiendas trujillanas en 1683-88. Histórica, XX(2), 303-311.